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Los delirios del Licenciado Abel Bonaro

Por Javier Maceiras • Ilustraciones: Landrú

12 de julio de 2022

Para que cualquier historia se transforme en una buena historia, son necesarios dos pilares fundamentales: un hecho digno de ser contado y, por supuesto, un auditorio expectante. Luego, queda en la habilidad del narrador establecer un puente entre aquello que se dice y, en este caso, el lector. 

El licenciado Abel Bonaro recuerda cómo llegó a encabezar el Primer Campeonato Mundial de Delirantes de la revista María Belén en 1966.
TOP 1. El licenciado recuerda cómo llegó a liderar el Primer Campeonato Mundial de Delirantes. Foto: gentileza Abel Bonaro

La historia a continuación tiene tantos ribetes, es tan rica, que elegimos comenzar por el final. Una tarde, llegó a nuestra Fundación un email del Lic. Abel Bonaro. En el mismo nos contaba que vivía en Rosario, que su nombre figuraba en primer lugar en uno de los tantos Campeonatos que “organizaba” Landrú en sus revistas y nos pedía que, de ser posible, le enviáramos una copia de esa publicación. 

¿El final? Hoy Abel Bonaro tiene en su casa dos cuadros enmarcados con la tapa de María Belén Nº 20 y la página 5 de la revista, en la que apareció su nombre.

SOBRE DELIRIOS Y DELIRANTES

Ese número de la revista María Belén salió a la calle como suplemento del diario El Mundo el 11 de diciembre de 1966, pocos meses después de la clausura de Tía Vicenta ordenada por el presidente de facto Juan Carlos Onganía.

¿En dónde aparece Bonaro? En el primer puesto del ranking del “Primer Campeonato Mundial de Delirantes”.

¿Por qué? Porque dormía en la sala de armas del departamento que alquilaba en el Palacio de los Patos, emblemático edificio porteño. 

¿Quién era Abel Bonaro? Un joven empleado de la Secretaría de Relaciones Humanas de la Caja Nacional de Ahorro Postal.

¿Cómo llegó a ser Campeón Mundial de Delirantes? Es en este punto en el que la historia se vuelve interesante y nos descubre a un personaje fascinante. Tanto, que nos comunicamos con él para que nos contara la anécdota en primera persona. 

HISTORIAS QUE MERECEN SER CONTADAS
Emblemático edificio Palacio de los Patos del barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires.
PALACIO DE LOS PATOS. Emblemático edificio del barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires.

—Abel: ¿qué edad tenía usted cuando apareció en la revista María Belén?

—Impetuosos 25 años. Hoy sigo siendo impetuoso, pero ya cargo con 81. Trabajaba en la Caja Nacional de Ahorro Postal y alquilaba un departamento en el Palacio de los Patos, en la calle Ugarteche 3050, entre José María Gutiérrez y Cabello. Era un lugar muy elegante y yo sacaba pecho y surfeaba las miradas de las señoras gordas de Barrio Norte. Caminaba por las avenidas Santa Fe, Callao y Las Heras, hasta Ugarteche, muy cerca del Jardín Botánico.

—¿Y cómo un joven de 25 años podía costear el alquiler en un edificio en el que vivían familias de alta cuna?

(Ríe) —Todo era posible. Es cierto que en el Palacio de los Patos habitaban familias con apellidos ilustres como Sáenz Peña, Avellaneda, Bunge, González Victorica, Grondona, Huergo, Jaunarena, Lacroze, Lanusse, Marcó del Pont, Newbery, Ramos Mejía, Roca, Rodríguez Larreta y Uriburu, entre tantos otros. Pero como diría Landrú, eran todos VAM, Venidos A Menos. Puras apariencias. Sólo los días de fiesta lucían en todo su esplendor. Yo alquilé un departamento amueblado que era de un prestigioso médico, miembro del Círculo de Armas, un tradicional club social para caballeros. Se entraba al living, y tenía un dormitorio, comedor, cocina y una sala de armas decorada con un enorme escudo, floretes, sables, algunas armas de fuego y un diván, donde yo dormía.

—¿Usted dormía en el diván de la sala de armas?

—¡Sí, Claro! Era muy cómodo.

Abel Bonaro, a los 25 años, en la sala de armas de su departamento del edificio del Palacio de los Patos, 1966.
SINGULARÍSIMO DORMITORIO. Bonaro, a los 25 años, en la sala de armas de su departamento. Foto: gentileza Abel Bonaro

—¿Y cómo llega esa historia a Landrú?

—Una tarde, mi compañero de trabajo Francisco Cundo me visitó en mi casa. Cuando se enteró dónde dormía yo, se lo comentó risueño a uno de mis jefes, que a su vez se lo contaron al Jefe de Promoción, Pedro Pernías…

—Pero Pernías era…

—Sí: era Jordán de la Cazuela, el periodista y humorista español que colaboraba en Tía Vicenta y María Belén, además de escribir los guiones del programa de Tato Bores. Se ve que le pasó el dato a Landrú y la situación le pareció tan divertida, que me puso en el primer lugar del Campeonado Mundial de Delirantes.

Abel Bonaro lidera el ranking del Primer Campeonato Mundial de Delirantes de 1966 organizado por Landrú en 1966.
¡CONFIRMADO! Abel Bonaro en el Top 1 del Primer Campeonato Mundial de Delirantes de 1966.

—¿Pero usted sabía todo esto?

—¡No! Me enteré el domingo, cuando compré el diario y ví la revista María Belén. Me reí muchísimo. Lo mejor fue que al día siguiente, todos mis compañeros me recibieron entre aplausos por esa publicación.

—¿Llegó a conocer a Landrú?

—Sí, pero por otras circunstancias. Así como Jordán de la Cazuela trabajaba en Promoción, mis jefes eran gente de la cultura. Edgar Maldonado Bayley, por ejemplo… Un gran poeta, escritor de escritores. Y a Landrú lo vi brevemente cuando Jordán me dio un sobre para que se lo entregara a Landrú en su casa, en la calle Tucumán. No lo conocía personalmente, pero me abrió la puerta y enseguida me dí cuenta que era él… Recuerdo su amplia sonrisa. Pero sólo intercambiamos palabras de cortesía. Más adelante también fui a entregarle otro sobre al diario El Mundo.

MISIÓN CUMPLIDA
Abel Bonaro posa orgulloso con la reproducción de la tapa de la revista María Belén, dirigida por Landrú (1966). 
RECUERDOS RECUPERADOS. Bonaro posa orgulloso con la reproducción de la tapa de la revista María Belén. Foto: gentileza Abel Bonaro 

Conversar con Abel Bonaro es una delicia. Tiene la sabia costumbre de contextualizar históricamente cada una de sus vivencias. Y en su brillante lucidez, permite asomarse a una Argentina diferente (pero no tanto) a la de hoy. Para este redactor, el trabajo fue sencillo: no sólo escuchó la historia de primera mano, sino que recibió emails en los que Bonaro aportó valiosos datos que iba recordando. 

Y quedó tan contento con el resultado, que realizó una generosa donación económica a la Fundación Landrú para financiar futuras tareas de investigación, digitalización y rescate de historias únicas y excepcionales como la suya. “Sigo a Landrú desde la época de Tía Vicenta. Hoy, estoy jubilado y a mis 81 años, les agradezco esta posibilidad. Después de tanto tiempo, poder rescatar estos archivos de los que fui protagonista casi involuntario, revitaliza mi memoria”.  

Gracias a usted, estimado delirante.