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El Señor Porcel era mi abuelo

Por Raúl Colombres • Ilustraciones: Landrú

2 de febrero de 2022

A lo largo de su carrera artística, Landrú creó muchísimos personajes que, con el paso del tiempo, se convirtieron en íconos del humor gráfico. Por lo general, solía inspirarse en las cualidades y actitudes de sus parientes y amigos. 

Mi abuelo paterno se llamaba Ignacio Ponciano Colombres Abella y sus nietos le decíamos “abuelo gordo”. Era muy tradicional, de ideas conservadoras y contador fiscal de profesión. Tenía un temperamento endemoniado, era ansioso, impaciente y arbitrario. Se caracterizaba por ser un gran discutidor y, en muchas ocasiones, actuaba de mala fe. Sin embargo, mi abuelo por lo general tenía un gran sentido del humor. 

La anécdota de la Casa Muñoz

En los años 40, los hombres acostumbran lucir trajes con corbata como vestimenta típica de la época. 

La Casa Muñoz fue una prestigiosa sastrería que se destacó por la calidad de sus productos y sus precios atractivos, que durante décadas supo anunciar a través de sus campañas publicitarias con el memorable lema: “Casa Muñoz, donde un peso vale dos”. 

Anuncio de la sastería Casa Muñoz, 1953.

Recuerdo que mi padre me contó, que cuando él era un adolescente, mi abuelo lo llevó a la Casa Muñoz de la calle Esmeralda para comprarle un traje. Después de probarse varios modelos, mi padre separó el que más le gustaba y lo apoyó sobre el mostrador de la zona de cajas. El vendedor, mientras acomodaba el traje dentro de su correspondiente funda, se dirigió a mi abuelo preguntándole: 

—¿Cómo va a pagar? ¿En efectivo o a crédito? 

—A crédito —respondió sin dudar mi abuelo—.

—¡Ah! Entonces va a tener que firmar un pagaré. 

El vendedor sacó un formulario y con una lapicera le indicó dónde y cómo tenía que completarlo para evitar confusiones.

—Por favor, señor, firme en forma legible y ponga claramente su nombre. 

—Yo sé cómo debo firmar —dijo sorprendido mi abuelo—. Usted no me va a enseñar. Yo soy contador fiscal. 

—Es política de la casa pedir la firma legible —reafirmó el vendedor.

—Yo firmo como quiero —replicó mi abuelo—. 

—Usted tiene que firmar de manera legible —reiteró imperturbable el vendedor.

Mi abuelo, que en ese punto de la discusión, ya había perdido la paciencia, mantuvo su posición y sumamente enojado agregó:

—Yo firmo como me da la gana. Y, ¿sabe qué? La Casa Muñoz es una mier…”. 

—La Casa Muñoz no es una mier… —respondió el vendedor elevando levemente su tono de voz.

—Sí, la Casa Muñoz es una mier… —gritó enfurecido mi abuelo—. ¡Y usted también! 

Y, en ese instante, mi abuelo le pegó un puñetazo en la nariz al vendedor ante la mirada perpleja de los presentes. Evidentemente, mi padre ese día se quedó sin su traje nuevo. 

Provocador, intolerante y delirante. Discutidor de oficio, pero con muy buen sentido del humor. Así es el señor Porcel, uno de los personajes más recordados de Landrú.